Categoría: Historias  - Instinto de supervivencia -  |
| | | | Descripción corta: El sol proveÃa fuertes rayos de luz, nada consoladores para la piel y extraños en estos dÃas de invierno.....
| El sol proveÃa fuertes rayos de luz, nada consoladores para la piel y extraños en estos dÃas de invierno. Al fin llegamos y avistamos la magnificencia de las olas. Un crudo oleaje rompÃa contra las impenetrables rocas debido a la fuerza descomunal de las corrientes submarinas. Calculé el alcance de las olas que avasallaban sobre esa inexplorada zona de Isla Grande, de tres a cuatro metros puedo decir. Una vez azotaba o embestÃa sobre la costa, el mar reunÃa sus aguas, lo cual dejaba un profundo espacio de espeluznante tranquilidad.
Todo esto pasó por mi mente rato después de dirigir la mirada hacia ese punto, sin embargo debÃamos seguir el trayecto. Llegamos a un canal natural donde las aguas lucÃan tranquilas y sin perder tiempo detuvimos el bote. Mientras me ponÃa todos los aparejos de buceo admiraba la belleza de la naturaleza. Tomé el arpón de marca Riffe y me zambullà lentamente.
La visibilidad estaba perfecta. Pronto decidà nadar hacia una enorme roca, la cual estaba rodeada de burbujeaste espuma. Vigilaba el entorno submarino con la esperanza de encontrar pargos, sierras y los codiciados tarpones. Luego, me sumergà a más de cuarenta pies de profundidad hasta llegar al lecho. Una vez allà decidà recorrer una grieta nunca antes vista por mÃ, lo cual sugerÃa cuidado y adaptación. Localicé a pocos metros dos grandes pargos rojos, una escuela de cojinuas y unos peces negro con azul. Extendà mi arpón hacia uno de los pargos, empero estaban tan despiertos que no se acercaban lo suficiente para su captura.
Subà para tranquilizarme y seguir explorando. Ya en la superficie capto la presencia de cientos de sardinas. Al momento pensé en las enormes posibilidades de encontrarme con los indomables tarpones, ya que las sardinas son sus presas favoritas. Estos grandes peces (conocidos también como sábalos reales) se les puede encontrar en cardúmenes de cuatro a seis miembros y también vagando solitarios.
Por un momento me olvidé de los imperseguibles pargos para dedicar toda mi atención a estos colosos de grandes escamas. Me sumergà nuevamente. Pasé sin advertencia una piedra musgosa, ahora sé que esos minutos fueron irreparablemente decisivos para mÃ. Yo ignoraba la trampa que me estaban preparando las profundidades, cómplices de las olas.
Sin atender la corriente de fondo, que me llevaba lenta y decididamente hacia un destino inalterable, me inmiscuÃa más en mis asuntos. Súbitamente siento el endemoniado arrastre. Ya obvio, pero irreparable. Me dispuse a abandonar el torrente y dirigirme hacia la entrañable superficie. Sin darme por enterado de mi posición saco desconfiadamente la cabeza del agua para llamar a mis amigos. Derrepente, colisiona sobre mà una titánica ola de metros. No me dio la menor hospitalidad, ni la mÃnima oportunidad de regreso.
Con el rabo del ojo veo la lancha y a la tripulación. Ellos me advertÃan que saliera de ese húmedo infierno. Incrédulos de mis pocas opciones de escape continúan gesticulando y gritando. Sigue la situación dándome de lleno en la humanidad. Infranqueables olas me aleccionaban, tal vez por todos los que nunca se atrevieron a enfrentarlas.
Seguà mi lucha sin cuartel. La mascarilla y el tubo saltaron de mi cabeza por la fuerza de la embestida de las aguas. Por unos segundos observé cómo se alejaba mi equipo, el que nunca me habÃa abandonado antes. Sin darle más espacio a la desgracia lo recuperé de un envión. Debido a mi experiencia en el mar logré ponerme la mascarilla con el tubo y expulsar sin demora el agua del interior. Seguidamente, continúe forcejeando para no dejarme estrellar contra las filosas rocas de la costa. Volteé mi cabeza hacia el pedreguero y me percaté de la inminente proximidad a éste. Decidà de corazón, cerebro y un par de cojones que me la iba a jugar. En ese instante culminante para mi vida la mayor ola que jamás hayan visto mis vivaces ojos me levantó en una mortal arremetida.Me dejó a merced de las gigantescas piedras. Sin más que pensar me adherà arpón en mano, como un molusco, a la frÃa y cortante roca. Cayó la ola sin mÃ, hacia aquel vacÃo, y como enterada de mi ausencia explotó una vez más. Eso me dejó segundos de reacción y empecé a escalar con chapaletas. Al instante me di cuenta que debÃa soltar algo para eliminar carga, me decidà por el cinturón de pesas. Ahora sé que esa decisión salvó mi vida. Logré escalar tres pies de altura, demasiado para mis fuerzas. Nuevamente quedé al alcance de las olas y esta vez estaba más convencido de que me devolverÃan al vacÃo. Me azotaron una y otra vez. Con cada golpe pensaba que la lucha entre la carne contra la roca estaba perdida. Logré ser roca y me salvé de despegarme.
Cesaron los azotes y disfrute de la tranquilidad. Tuve la oportunidad de ver a mis amigos en el bote, a kilómetro y medio de mi posición. Ellos parecÃan confundidos y nerviosos por la incontrolable situación del momento.
Enseguida inicié el reconocimiento de mis partes corporales para saber si habÃan fracturas o golpes serios. Observé primeramente pequeñas rasgaduras en el tobillo izquierdo, nada importante; seguà observando y me toqué las piernas, el pecho y la cabeza. Afortunadamente no hubo fracturas, pero sà moretones sobre la piel. Pensé que el traje de buceo y el suéter de neopreno, manga larga, me protegieron de los endiablados choques.
Sólo la mitad de la lucha estaba ganada, puesto que todavÃa debÃa salir rápido de esa área antes que llegara la noche.
Miré de izquierda a derecha sucesivamente y quedé estupefacto por la belleza natural de la zona. Aunque esto me daba alguna seguridad, pronto comprendà que faltaba lo peor. Me senté a recuperar el aliento.
Fijé mi visual hacia la lancha y noté que mis amigos elevaban sus manos desaforadamente en el aire. Cuando lograron atraer mi atención me indicaron que tomara el camino hacia mi izquierda, pero lo que harÃa allà serÃa mi decisión, única y exclusiva. Les hice caso. Me levanté y recogà mi equipo (mascarilla, tubo, chapaletas, arpón), y caminé algo moribundo por el cansancio.
A cada paso que daba no veÃa fin a esa naturaleza rocosa, pero seguÃ, golpeado y trastavillante. Me empezaron a doler las heridas en las plantas de mis deshechos pies por el agua salada que corrÃa entre las piedras.
Rocosas paredes se erigÃan ante mà mostrándome sus grandezas y yo seguÃa pisando agua y roca. Utilicé mi arpón como herramienta de apoyo (es increÃble el uso que tiene dentro y fuera del mar).
Bajé la cremallera de mi traje de buceo para respirar mejor. Seguà caminando y pensé en la posibilidad de escalar una franja de tierra que daba al interior de la isla. Busqué aprobación volteando mi cabeza hacia el bote, sin embargo ellos insistÃan en que continuara caminando hacia la izquierda.
Continué mi recorrido y llegué a una cima rocosa, muy difÃcil de escalar. Mis amigos me incitaban a que la subiera y sin perder tiempo alguno inicié la escalada. De pronto algo atrajo mi atención, parecÃa un instrumento de metal. Mi mente no podÃa relacionarlo con algo artesanal, puesto que la zona era inhóspita. Me puse de cuclillas y recogà lo que parecÃa un cuchillo de mesa. Mi asombro no se hizo esperar, era como una señal de esperanza que me daba fuerzas para continuar. Era imposible que alguien hubiera estado allà antes, y pensé que definitivamente habÃa sido arrastrado por las corrientes submarinas. Dejé el cuchillo donde estaba, pues asà serÃa la luz de esperanza de otro superviviente. Seguà escalando y lancé todo mi equipo arriba de la montaña.
Habiendo llegado arriba deseé haber visto una playa al otro extremo, pero nunca fue cierto. En ese momento miré a los muchachos con un semblante demacrado, ya que mi vida pendÃa de un hilo. Me señalaron una pequeña plataforma natural debajo de donde me encontraba, esta no se veÃa a simple vista.
Comprendà que habÃa llegado el momento de la verdad. Irónicamente la única forma de salvarme era volver al bravÃo mar. TenÃa que arrojarme sobre las peligrosas aguas marinas y sin mayor fuerza fÃsica que me acompañara, sólo un inquebrantable instinto de supervivencia. Era un verdadero reto y debÃa enfrentarlo con determinación.
Esta era la situación; el bote entraba rápidamente, yo me tiraba a ese espacio acuático y ellos me recogÃan. ParecÃa fácil, pero debÃan hacerlo lo más rápido posible antes de que llegara el oleaje espumante. Si nos atrapaba dentro, el bote junto con mis amigos correrÃan el mismo destino que yo. La muerte.
La decisión estaba tomada y no contábamos con tiempo para rezar. En un abrir y cerrar de ojos la lancha entró. Tiré todo el equipo dentro del bote. Ellos lanzaron una cuerda muy cerca de mÃ. Salté a mi destino y caà en el inmenso hoyo. Estaba hundiéndome irreparablemente a causa de que el traje estaba llenándose de agua. Nunca subà la cremallera. El agua entraba indiscriminadamente dentro del traje, lo cual me convertÃa en un peso muerto. Estaba a centÃmetros de la cuerda, la misma que se alejaba lentamente del alcance de mis manos. En el último aterrador segundo de mi vida dejé salir todas las fuerzas sobrantes con la misión de obtener esa cuerda. Logré emerger a la superficie sin dejarme impresionar por el calambre en mi pierna derecha.
Ahora sÃ, tomé la cuerda, que era azul, y la enrosque en mi mano derecha. Luego, el capitán se prestó a salir poniéndose en marcha lo más rápido posible, llevándome lejos de ese lugar. Se avecinaron las olas y no encontraron vestigios de mi humanidad.
Mientras más nos adelantábamos a las corrientes, más me hundÃa y decidà gritar lo más fuerte que pude para que el pangüero regresara por mÃ. Tal vez no lo hizo antes por el nerviosismo del cual era presa. Retrocedió decidido y por fin alcance el bote. Al contacto con la madera me sobrevino la existencia, sin embargo no tenÃa fuerzas para subir yo solo. Todos se encaminaron a levantarme, y exhausto ingresé a la lancha de nombre "Coralitos".
Una vez allà cerré mis ojos y lancé una plegaria al cielo por la oportunidad de vida. Poco después nos dirigimos a tierra firme y me preguntaban desaforados qué habÃa pasado, sin embargo no podÃa responderles nada, mi lengua no reaccionaba debidamente.
El capitán nos contó que tanto en el lugar que entré como del que salà se habÃa convertido en un cementerio submarino para muchos buceadores. Y con un alterado tono de voz me confesó que habÃa sido el único sobreviviente que él habÃa conocido. ¡Claro!, el único para contarlo, lo cual ya he hecho.
Por: Gustavo Cedeño J. |
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